Ojos de ópalo, corazón de ónix
No planeaba que al llegar la primera noche del año me sentaría a escribir esta carta más bien esporádica que sin embargo es una de las cartas que escribo en uno de los momentos de mayor lucidez en mi vida. Pero aquí me encuentro, cerrando la cortina morada que cubre mi cama. Sí, la cortina que ha sido confidente de todas nuestras conversaciones y tonterías de después de las once, la que guarda los cuentos que contamos y es testigo de los planes que no se concretaron. Pero tan pronto como abrí una nueva hoja en mi diario, supe que esta carta no sería fácil de escribir Me he mentido a mi misma. No sé si es la esperanza de que cambies, o cuál otro disparate impulsa esta falta a mi integridad. Pero lo hice, y tal vez me cansé. Así que me senté, me coloqué una manta en los hombros, y asumí la aflicción que me acongoja. ¿Desde cuándo? Ahora que empiezo a ser completamente honesta conmigo, creo que desde hace dos inviernos. Hoy ya no me excuso más, porque mis justificaciones son la mayor des