El suicidio más hermoso del mundo (crónica)

Pienso que el suicidio siempre será visto como un tabú, o simplemente con morbo. No creo en lo que algunos dicen, que es la salida del cobarde. Cada quién y sus métodos para huir de sus demonios. 

Mi historia se volvió conocida hasta después de mi muerte, al igual que la de muchos otros que nunca encontraron la paz mental que necesitaban. Y hoy regreso para decir lo que pasó aquel primer día de mayo, en el hotel Governor Clinton, antes de que revelara lo que fue la mejor actuación de mi vida.

Tenía 6 años cuando mi primer pensamiento suicida surgió. Mi autoestima subía y bajaba constantemente, una simple palabra me hundía. Jamás creí ser lo suficientemente buena para nada ni para nadie. Agradecía a Dios que nadie notara que me saltaba las comidas, que en las noches encaraba a una bestia y que las ganas de acabar conmigo iban en incremento. Mi vida llegó a ser tan monótona, que el momento más alegre de mi día, era arrancar la página del calendario antes de acostarme a dormir.

Mi madre nos abandonó, nunca nos dijo por qué. Me gusta pensar que nos dejó para evitar contagiarnos con el huracán que llevaba dentro. Pero hay cosas, como la genética, que la distancia no puede cambiar. Papá nos amó con todo su ser, trabajaba arduamente para proveer por mí y mis seis hermanos.

Me gustaba fingir que entendía el juego de la vida y me balanceaba sin red de seguridad sobre la cuerda floja de mis sentimientos. Algunas veces, la partida no resultaba como esperaba y terminaba siendo controlada por mi monstruosa mente; como aquel día en el que partí con rumbo a Manhattan. Antes de dar las nueve de la mañana, me despedí de mi prometido y lo besé. Por supuesto que él no sabía que esa sería la última vez que yo lo haría.

Partí en el tren más pronto a New York y reservé una habitación en el hotel Governor Clinton, lugar en donde quemé dos de mis más preciadas prendas y escribí mis últimos deseos. Mi nota decía: “No quiero que nadie dentro o fuera de mi familia vea alguna parte de mí. ¿Podrían destruir mi cuerpo cremándolo? Les ruego que no me hagan ningún funeral o ningún tipo de ceremonia. Mi novio me pidió matrimonio en Junio. No creo que pueda ser una buena esposa para nadie. Él estará mucho mejor sin mí. Díganle a mi padre que tengo muchas de las tendencias de mi madre.”

Firmé y partí al Empire State, en donde poco antes de las diez treinta de la mañana, compré un boleto para ingresar al mirador del piso ochenta y seis. Sin más, suprimí todos mis pensamientos y me lancé para acabar de una vez por todas con la pesadilla que viví por diecisiete años. Mientras caía, el dulce roce del viento acariciaba mi rostro y sentía como mi corazón emprendía el vuelo fuera de mi pecho.
A las diez y cuarenta y cinco me encontraba muerta, sobre una limusina perteneciente a la ONU. Muchos dicen que mi suicidio fue el más hermoso del mundo, porque las abolladuras del vehículo lucían como almohadas, mi mano izquierda sujetaba mi collar de perlas y en mi rostro se podía leer la más clara expresión de plácido descanso, ahora eterno.

Mi nombre es Evelyn Francis McHale y agradezco a la muerte por permitirme dejar el más trágico legado de belleza.

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